La memoria del país
- Pedro Dutour
- 28 abr 2023
- 10 Min. de lectura

Valentín Trujillo, director de la Biblioteca Nacional.
En un amplio escritorio, de techo alto, con aberturas nobles, amplias ventanas, y rodeado de muebles de robles, cómodos sofás, mesas elegantes y un antiguo perchero de madera de cerezo, el director de la Biblioteca Nacional –cuyo monumental edificio está ubicado por avenida 18 de Julio en Montevideo– puede decir que trabaja cómodo en términos espaciales.
Al frente de una institución que nació en 1816 a impulso de Dámaso Antonio Larrañaga y que contó con el apoyo de José Gervasio Artigas, el actual director, Valentín Trujillo, es consciente que ese mismo cargo lo ocuparon personalidades como Francisco Acuña de Figueroa, Pedro Mascaró y Sosa, Arturo Scarone, Alberto Zum Felde o José Enrique Rodó, y de todo lo que representa la biblioteca para el país.
“Primer gran punto. La biblioteca, una biblioteca como la Biblioteca Nacional, inevitablemente siempre va a tener tradición e innovación. Necesita tenerlo. Primero porque tiene los documentos más antiguos. Es la memoria de Uruguay. Tenemos desde el primer impreso que se hizo en Montevideo, cuando ni siquiera era el Uruguay; estamos hablando de La Estrella del Sur, el diario de las invasiones inglesas, de 1807. Tenemos desde esa edición hasta el diario de hoy”, asegura Trujillo, no sin orgullo.
Trujillo suma 43 años, tiene dos hijos y asumió el cargo en marzo de 2020, en pleno inicio de la emergencia sanitaria por la pandemia del Covid-19. Nació en Maldonado y puede presumir ya de una buena trayectoria como escritor con sus libros Jaula de costillas, Entre jíbaros, Real de Azúa. Una biografía intelectual, Nacional 88. Historia íntima de una hazaña –escrito junto a su esposa, la periodista Elena Risso–, ¡Cómanse la ropa!, y Revolución en sepia.
También puede sacar pecho con una serie de premios: el de Narradores de la Banda Oriental en 2006, Premio Legión del Libro en 2015, Medalla de Honor otorgada por la Cámara Uruguaya del Libro, y el Premio Juan Carlos Onetti en la categoría Narrativa, ambos en 2016, y el Premio Bartolomé Hidalgo (en la categoría Testimonio, memorias y biografías) de la Cámara Uruguaya del Libro en 2017. Ese mismo año, estuvo seleccionado entre los 39 mejores escritores latinoamericanos de ficción menores de 40 años, en la lista conocida como Bogotá 39.
Se formó como profesor de Lengua y Literatura en Maldonado en el Centro Regional de Profesores (CERP) del Este, y estudió comunicación en la Universidad Católica; trabajó como docente en Secundaria y como periodista en El Observador entre 2005 y 2015. Antes de estar al frente de la Biblioteca Nacional, se desempeñó como director de Programación Cultural de la Intendencia fernandina.
“La normativa dice que se piden dos ejemplares de todo, por si hay alguna rotura, hurto o algún tipo de pérdida. La ley de depósito legal implica que las imprentas deben remitir a Biblioteca Nacional todo lo que imprimen. No solamente diarios, semanarios, periódicos, libros, sino afiches, sueltos de promoción de supermercados, volantes. La biblioteca debería guardar todo. Es mucho. Entonces, esto es uno de los grandes desafíos que tienen todas las bibliotecas nacionales, y esto te lo digo porque la Biblioteca Nacional integra la Asociación de Estados Iberoamericanos para el Desarrollo de las Bibliotecas Nacionales de Iberoamérica (Abinia)”, retoma Trujillo, que sucedió a Esther Pailos, en relación al ingente trabajo que tienen entre manos. Y que va en crecimiento, cada hora, cada día.
“Casi todas las bibliotecas nacionales tienen el mismo problema, el problema del espacio. Llega un momento en que ese goteo diario de material que entra en la biblioteca te advierte que tenemos dimensiones finitas. Ahora estamos entretenidos para conseguir un anexo que sería un golazo”, ahonda.
La actual gestión se ha empeñado en proseguir la digitalización del acervo, al mismo tiempo que difundirlo, a mejorar los canales de comunicación hacia fuera –con énfasis en las redes sociales– para dar a conocer con más fuerza lo que realiza la institución, y a generar mayores interacciones con las bibliotecas públicas de todos los departamentos. Pero el inicio, no estuvo exento de dificultades.
“A los poquitos días de haber asumido, nos agarró la pandemia. Fue un desafío gigantesco tener que cerrar las puertas al público de la biblioteca y mantenerla abierta de forma virtual”, dice respecto a aquellos días llenos de incertidumbre, y que para él, en lo personal, había sido complicado tras el fallecimiento de su padre, el pintor José Trujillo, el diciembre anterior. “Llegué acá el lunes 2 de marzo de 2020. El viernes 13 fue el día en que el presidente declaró la emergencia sanitaria. Y ahí empezó ya ese fin de semana. Yo le llamo el fin de semana del fin del mundo. No sabíamos si íbamos a continuar. Pasamos encerrados sin saber qué diablos pasaba. Estábamos todos escondidos. Guardados”.
Con el paso del tiempo, fueron acomodando el cuerpo y el director a conocer más a fondo la Biblioteca Nacional, a la que era asiduo en sus momentos de investigador. “Tenía la experiencia como usuario y conocía las maravillas de la biblioteca y al mismo tiempo conocía algunos de sus problemas de funcionamiento. Pero no tenía idea de cómo era la gestión interna. Sí tenía la experiencia de haber trabajado en la gestión pública en el ámbito cultural de la Intendencia de Maldonado. Sabía cómo tratar a la gente, sabía hacer un expediente, cómo conformar un presupuesto, cómo desarrollar un proyecto en un calendario cultural”.
Y continúa: “Sí tuve que adaptarme a un equipo que estaba armado. Y tuve la suerte de tener un montón de funcionarios de distintas generaciones y distintas edades muy comprometidos. Porque es un lugar que hay que quererlo. Te genera eso, un afecto, porque estás custodiando un monumento, un patrimonio. Es el principal archivo documental de la historia del Uruguay. El más grande. La memoria del Uruguay. Sobre cada aspecto de la realidad uruguaya; la biblioteca tiene cosas para decir, porque tiene documentos. Tenemos casi todo lo que se ha publicado en el país y tenemos mucho extranjero también”.

La primera Biblioteca Pública fue instalada en los altos del fuerte de Montevideo, actual plaza Zabala, a instancias del presbítero Dámaso Antonio Larrañaga, e inaugurada el 26 de mayo de 1816. Hablamos de una institución de casi 207 años de vida. La propuesta la había hecho el religioso el año anterior, y había sido ratificada por Artigas desde Purificación.
El actual edificio, proyectado por el arquitecto Luis Crespi y ubicado sobre la montevideana avenida 18 de Julio al lado de la Facultad de Derecho de la Universidad de República, cuenta con un área de unos 4.000 metros cuadrados y fue inaugurado en 1965, tras un proceso de adquisición del predio iniciado en 1926.
En este momento sostienen entre 60 y 70 funcionarios en plantilla, más las tres empresas que están tercerizadas: vigilancia, limpieza y una cooperativa de mantenimiento, por lo que son unas 90 las personas que allí se mueven. Y todo en la estructura del Ministerio de Educación y Cultura (MEC) como unidad ejecutora número 15 dentro de esa cartera.
En cuanto a la cantidad de material que aloja la Biblioteca Nacional, Trujillo responde con una “respuesta digna de Jorge Luis Borges: no los sabemos”. Pero estiman que hay más de un millón y medio de libros, y que en total hay más de cuatro millones de documentos.
Plan de comunicación
Con esa información previa y con la visión y proyección que se hacía de la biblioteca, Trujillo se empeñó en un nuevo plan de comunicación, algo que resulta “fundamental” en nuestros días. “Consideraba que la biblioteca tenía un gigantesco potencial comunicativo que estaba subutilizado. Tenía una cuenta de Facebook que languidecía. No tenía Twitter, no tenía Instagram. Y hoy tiene Twitter, Instagram, TikTok”, remarca en esa tendencia a sumarse a las vías de comunicación más populares del momento.
“Esto puede parecer humo comunicativo. Pero no. Son canales de generación de una comunidad tanto virtual como presencial. Trabajamos también en Culturaenlinea.uy que fue una serie de contenidos que manejó el Ministerio de Educación y Cultura, y que funcionó muy bien. Y luego un documental que se emitió en Canal 5 que se llama Patrimonio Silencioso. Muy bueno. Luego el Canal 5 lo vendió a distintos cables en el exterior. Se lo vendió a un canal estatal chino, por ejemplo. Y ese programa lo vieron 5 millones de personas en China”, argumenta.
Entonces, ¿por qué es clave la comunicación? Porque se puede desarrollar un proyecto “hermosísimo, relevante, innovador”, que si no se cuenta bien “no existe”. “No digo nada muy original, pero es la verdad. Así empezamos a comunicar, yo diría que bien y muy bien, y comenzamos rápidamente a colocar a la biblioteca en el lugar donde yo creo que la biblioteca debe estar, que es el lugar central de la vida cultural del ámbito público nacional”, dice.
Así, han desarrollado un “montón de proyectos” que son “muy atractivos” para distintas edades y distintos perfiles. “No solo para ratones de biblioteca o para investigadores de nicho, sino también para el público en general. Tenemos visitas guiadas”, ahonda el director. “Un montón de gente que empezó a enterarse de lo que sucedía en la biblioteca. La biblioteca tenía un carácter como monacal, era una cosa medio como secreta”, añade.
Es bueno saber que el acervo de la Biblioteca Nacional cuenta con más propuestas que libros, diarios, revistas y afiches. También con fotografías, una pinacoteca, esculturas, bustos, tapices, numismática; un archivo literario con documentos de todos los intelectuales más importantes de la historia uruguaya; el vestido de novia de Delmira Agustini; un cantoral gregoriano medieval de pergamino, un misal en latín –se cree que es del siglo XIV, español–; mini libros holandeses, que son más chicos que una moneda de un peso y que se tiene que leer con lupa; libros de Erasmo. “Es fascinante. Es un museo”.
En el Interior
El otro “gran elemento”, que ni siquiera la pandemia lo detuvo, ha sido abrir la biblioteca hacia “todos lados” y “desplegarla” en todo el país. “Es la biblioteca nacional, no es la biblioteca del Cordón de Montevideo”, asegura Trujillo.
Durante mucho tiempo resultó ser una biblioteca “muy capitalina”, que daba prioridad y facilitaba las cosas al que se tomaba un ómnibus o un taxi y en 10 minutos estaba en el lugar. Y no había atención “al que vivía en Rivera, en Artigas, en Paysandú, en Carmelo, en el Chuy”. “Si quería algo de acá, tenía que venir, pagarse un pasaje, gastar tiempo, plata, perder un día. Y a veces no encontraba el material, o se encontraba con un paro, o con un funcionario que estaba de licencia y no le habían avisado, y se iba maldiciendo por lo bajo y con razón”, enfatiza.
Por tanto, ese despliegue territorial actual se da en el marco de una renovación y en reflotar el Sistema Nacional de Bibliotecas Públicas, que funcionaba pero “en cuentagotas”, y se reunía una vez por año, de manera presencial, en la Biblioteca Nacional. El Zoom, aplicación estrella de la pandemia, “nos ayudó a todos” a abrir la cancha. “Empezamos a hacer reuniones del sistema una vez por mes, y a veces más de una. Comenzamos a conocernos, a saber quién estaba, qué proyecto se desarrollaba”.
Luego se hizo un censo. El último databa de 2010. El año pasado llegaron los resultados: hay 116 bibliotecas públicas en todo el país. “Es muy heterogéneo el sistema. Hay departamentos que funcionan muy bien. Paysandú es uno de ellos. Tiene una bibliotecóloga, la directora Carmen Pintos, y tiene a Andrés Oberti, en el Centro de Documentación e Investigación Daniel Vidart, que está haciendo un trabajo formidable. La Intendencia de Paysandú también es una gran aliada en esto”, subraya respecto a nuestra ciudad.

Valentín Trujillo.
La “pata de investigación” con el grupo de investigadores es otra pieza clave dentro de la biblioteca, con el agregado de la “pata editorial”, según relata Trujillo. En esa misma dimensión se encuentra la parte de extensión, de la colaboración y gestión territorial con las bibliotecas de todo el país, donde funciona, entre otras vías colaborativas, la donación y la capacitación.
“Porque no todos los departamentos tienen bibliotecólogos. A lo sumo, hay muchos bibliotecarios que tienen buena voluntad. Pero no tienen idea de cómo se maneja la colección. Cómo es la vida que debe llevar una biblioteca. Cómo hay que organizar”, dice el director de la Biblioteca Nacional.
“Y después está el programa digitalización de la prensa del siglo XIX, que para mí es el buque insignia, porque el Interior siempre estuvo muy relegado frente a Montevideo en la digitalización. Que no empezó en esta administración. Esta administración la mostró por primera vez. Entonces, hay un montón de gente que dice ¡wow! ¡Impresionante cómo están digitalizando! Sí, pero eso existía desde 2012. Lo que pasa es que no estaba ni siquiera en la web. Había un embudo ahí que hemos acortado. Entonces, claro, hoy desde tu casa, en Paysandú, si te metes en la web de biblioteca, tenés para divertirte un rato largo. Hay muchos documentos. Y esto sigue avanzando”, remarca con entusiasmo. “Esto tiene que seguir. Por lo menos hay que planificarlo a 15, 20 años. O sea, tres períodos más. Hemos digitalizado mucho, pero todavía falta muchísimo más”.
Ante las nuevas formas de comunicar, Trujillo cree que han recibido una “muy buena recepción” por parte del público. Y se lo adjudica especialmente a su “buen equipo”: “Desde el ministro (Pablo Da Silveira), la directora Nacional de Cultura, Mariana Wainstein hasta la subsecretaria, Ana Ribeiro; el Archivo General de la Nación, el Museo Histórico Nacional, el Sodre, el Museo de Artes Visuales”.
El periodismo y su padre
La pluma de Trujillo se desplegó por una década en el periodismo, oficio que le permitió escribir sobre una gran variedad de temas, no solo culturales, y a mantener un pulso con la realidad en la que vislumbra novedades por todos lados. Incluso siendo director de esta biblioteca. “Ves todo el tiempo noticias. Y te decís, esto es para una nota. Esto hay que mostrarlo, esto hay que mostrarlo de esta forma”, asegura.
Pero es el recuerdo de su padre el que lo llena más de orgullo, y de pesar claro está. El que ejerció una gran influencia en su vida, con el que mantenía una relación estrecha paterno-filial pero también de amigo, de compartir cosas juntos. José Trujillo murió en diciembre de 2019, muy poco antes de que Valentín asumiera como director de la Biblioteca Nacional.
“Fue bravo. Tremendo. Me llevaba solo 21 años. El día de mi nombramiento, el día que firmé, me acordé muchísimo de él. Soy lo que soy por él. Sin duda. Por las decisiones que tomé yo, claro, pero siento su influencia todos los días. Como pintor, él me enseñó mucho del fenómeno cultural. Me enseñó a mirar, a la diferencia entre ver y mirar. Me enseñó a captar cosas, la sensibilidad. Me orientó hacia la lectura. Vi mucho cine con él. Él y mi madre fueron grandes promotores de que yo sea un tipo muy leído. Luego yo nunca agarré para la pintura. Empecé a escribir. Y tenía facilidad de palabra y me transformé en periodista y en escritor. O en profesor. La influencia de mis padres es muy notoria. Y nunca vi eso como una carga”.
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