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Con la bici a todos lados

  • Foto del escritor: Pedro Dutour
    Pedro Dutour
  • 10 oct 2020
  • 4 Min. de lectura

Jonathan Romagnolo (32) y Virginia Quintero (30) viajan desde el 16 de julio pasado por gran parte del país, recorriendo sus rutas, pueblos y ciudades. Lo transitan montados en bicicleta. Salieron desde La Floresta, Canelones, y recalaron en setiembre en Paysandú. Lo hacen por amor a la bici, al deporte y a la aventura.


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Él de Cardona. Ella de Minas. En 2011 se conocieron en Maldonado, donde viven y trabajan, vinculados al área de servicios y turismo. La bicicleta es su medio de transporte habitual y, como le sucedió a mucha gente en esta época de pandemia del coronavirus, se les truncó un viaje al exterior. Obligados a cambiar de planes, decidieron buscar un poco de emociones alrededor de Uruguay. En bici, claro.


“Surgió más que nada por inquietud. Nos gusta la bicicleta como medio de transporte y como deporte. Siempre la usamos en Maldonado. Tanto para ir a estudiar, trabajar, para todos lados. Es un medio que no contamina y además genera un impacto físico en el cuerpo y en la salud”, dice Jonathan.


“La excusa fue la pandemia. Teníamos pensado un viaje al extranjero, entonces quedamos en stand by. '¿Y qué hacemos?', nos preguntamos. Siempre soñamos con un viaje en bicicleta por Uruguay. Entonces nos dijimos: 'es ahora'. Teníamos las bicis y solo nos faltaba el equipamiento”, ahonda.


Jonathan y Virginia aseguran que trabajaron “duro” para confeccionar ellos mismos los accesorios para llevar en la travesía, como las parrillas y las alforjas, ocho en total, cuatro en cada birrodado (dos adelante y dos atrás). “Quedaron divinas”, destaca Virginia. Esos bolsos, de alrededor 12 litros cada uno, cargaban “lo que suele llevar un mochilero”: carpa, sobre de dormir, mantas, abrigo para soportar el frío del invierno, una garrafa de gas butano, primeros auxilios, y la ropa de ciclismo para andar en la ruta, “lo más cómodo que se pueda”.

La Floresta, la pareja ciclista emprendió rumbo hacia el Este (“y no al revés como todo el mundo hace”), direccionándose hacia Maldonado y Rocha, y toda la zona costera, hasta llegar al Chuy. Esa fue la parte, según afirman ellos mismos, conocida, la que han recorrido decenas de veces. Después del Chuy empezaba el viaje propiamente dicho, rumbo a lo inédito.


“Al llegar al Chuy comenzó la verdadera aventura porque no conocíamos nada hacia el norte”, dice Jonhatan. Pasaron por pueblos como Cebollatí (departamento de Rocha), La Charqueada y Vergara (Treinta y Tres), Plácido Rosas (Cerro Largo), una localidad “muy linda”, con un “arroyo espectacular con playa de arena increíble”. Siguieron hasta la laguna Merín y enfilaron luego hasta Río Branco (no pudieron cruzar a Yaguarón por el cierre de frontera), ciudad en la que conectaron con la ruta 26. La que más tarde los depositaría en la ruta 3 y en el litoral oeste.


Al principio, pedaleaban entre 20 y 25 kilómetros; a medida que avanzaban y se mostraban más duchos, sumaban entre 30 a 40 kilómetros, hasta alcanzar los 50 o más. Virginia cuenta que el tramo más difícil resultó ser el de Río Branco a Melo. “Es un sube y baja, repechos en todas partes, y nos tocó el viento en contra. Nos costó mucho. Salimos a las 9 y llegamos a las 18. Eso sí, los paisajes estaban espectaculares. Todo ondulado”, dice esta licenciada en Turismo. “A veces te daban ganas de tirar la bici”, acota entre risas Jonhatan respecto a la dificultad que presentó la carretera.


“Trabajás todo el tiempo con el estado de ánimo y con la energía. Todos los días son diferentes. Por el viento, por los repechos que te podés encontrar, por cómo descansaste”, indica Virginia en ese sentido. Cuando hay banquina amplia, la pareja aprovecha para ponerse a cada lado e ir conversando, sino es ella la que toma la parte de ruta. Los camiones, grandes y potentes, suelen respetarlos y tocarles bocina, que además de darles ánimo los asusta un poco por el fuerte sonido.


Como deporte extremo --“comienza temprano y termina tarde, vas quemando todo”, dice Jonhatan--, la alimentación resulta clave. “La comida es fundamental. Sin buena nutrición no podés hacer esto”, acota Virginia. “Vamos comiendo de todo. Llevamos mucho frutos secos como nueces, pasas, y todo tipo de frutas. También miel orgánica y agua isotónica que preparamos nosotros”.


Al norte del río Negro


Más adelante de Melo, cruzando el río Negro en un punto en el que “es finito”, llegaron a Cuchilla de Caraguatá y también a Ansina, en el departamento de Tacuarembó. Por supuesto, visitaron la capital departamental así como Valle Edén, “una parada que no puede faltar”. Siguiendo por la ruta 26, arribaron finalmente a la 3, para rumbear hacia el norte en dirección a Salto. Conocieron Arenitas Blancas, las Termas de Daymán y, viniendo ya hacia Paysandú, las de Guaviyú.


“Entramos a la Meseta de Artigas, donde nos trataron muy bien. Allí nos encontramos con familiares y trajeron sus bicicletas para acompañarnos. En un tramo eramos seis personas pedaleando. Estuvo muy entretenido y desafiante porque había que coordinar entre seis”, comenta Jonathan.

A última hora del sábado 19 de setiembre, llegaron a Paysandú (donde participaron en una clase de spinning --a las 6.30 de la mañana-- en el gimnasio Spinup). Como sucedió en todos los puntos donde decidían pernoctar, encontraron lugar para quedarse. En la zona del sur del país se instalaban en casas de familiares y amigos; ya más hacia el norte, conseguían un sitio gracias a la redes sociales, proveniente del público interesado en seguir sus andanzas a través de las fotos.


Luego de la Heroica seguían por la ruta 24 rumbo a San Javier, Nuevo Berlín y Fray Bentos --para conocer el antiguo frigorífico Anglo--, para después enfilar hacia Mercedes, pasar por Villa Soriano y la playa de Agraciada, punto histórico y turístico. Más adelante, visitarían los Cerros de San Juan, Colonia y las playas de este departamento, como Los Pinos y Fomento. “Ahí volveríamos por la ruta 1 y terminaríamos el circuito, pasando por Montevideo”, detalla Jonhatan. Tienen previsto retornar a Maldonado a fines de octubre o principios de noviembre.


“En este recorrido nos llamaron mucho la atención los pueblos”, dice Virginia. Además, “vivimos experiencias que no nos imaginábamos. En una ocasión, caímos en una estancia que tenían un centro de reproducción equina. También en un criadero de gallinas y codornices, y con diferentes tipos de animales para competición. Nosotros, ni idea. No lo habíamos planeado pero nos encantó”, continúa.


“Esta ha sido una buena oportunidad para hacer turismo interno. Y nunca terminás. Hay muchos rincones y es lindo recorrer Uruguay”, se entusiasma Virginia. Y si es en bicicleta, mucho mejor. “¡Nos ha gustado mucho!”, remata.


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