El confinamiento
- Pedro Dutour
- 1 abr 2020
- 2 Min. de lectura
Actualizado: 2 abr 2020

"Pena por la que se obliga al condenado a vivir temporalmente, en libertad, en un lugar distinto al de su domicilio". Así define la Real Academia Española (RAE) al confinamiento, esa palabra tan en uso por estos días debido a la reclusión voluntaria, o no, generada por la pandemia mundial del nuevo coronavirus, el Covid-19.
Podemos estar de acuerdo en que esto puede resultar ser una pena -¿divina? ¿de la naturaleza? ¿de los chinos? ¿de los científicos? ¿de los dueños del planeta?- que impone guardarse en el hogar para no contagiarse uno y para no contagiar al prójimo. Pena también porque nos saca de la rutina, deja a muchos sin trabajo o esperando a volver a tenerlo, frena la dinámica de las sociedades -los comercios permanecen cerrados, otros cambian horarios- y causa distintos tipos de reacciones en las personas, no siempre saludables.
De cualquier modo, si nos guiamos por el concepto de la madre RAE, la palabrita confinamiento no está siendo bien utilizada. O sea, no habría que incluirla en nuestro léxico y menos escribirla (si sos periodista menos que menos) para referirnos a la situación actual. La patrona RAE se refiere al condenado -no seamos tan trágicos y no nos hagamos las víctimas, tampoco somos unos condenados de la vida-, que es obligado temporalmente -acá sí, creemos que esto durará un tiempo- a vivir en un lugar diferente a su residencia habitual.
Por tanto, para que al menos el confinamiento sea creíble, deberíamos todos movernos de nuestras casas e ir a caer en la morada de algún amigo, pariente, vecino. Si tiene piscina, mejor. Tipo intercambio de casas. Eso sí: por muy lindas sus edificaciones, entorno y glamour, no me manden a Carrasco.
Confinado laboralmente. La casa de uno mismo se convierte en un penal