Educación, cansancio y amor
- Pedro Dutour
- 18 abr 2022
- 7 Min. de lectura

Psicólogo clínico, escritor, logoterapeuta. También, conferencista y gran comunicador, que mezcla un estilo directo, profesional, con el humor y la ironía. Alejandro De Barbieri, autor de los exitosos libros “Educar sin culpa”, “Economía y felicidad” y “La vida en tus manos”, estuvo nuevamente en Paysandú, invitado por los colegios Our Kids y Los Candiles.
Brindó una charla en el Centro de Convenciones del Mac Center Shopping Urbano titulada “Educar con sentido y esperanza”, en la que repasó distintos aspectos de la educación de los hijos y en el que hizo un llamado a poner las energías en no sobreprotegerlos, de no hacerlo desde la culpabilidad, siempre con el amor por encima de todo.
“Se arma bailongo al final. Charla y baile”, dijo como arranque De Barbieri, ya levantando las primeras carcajadas. Para él resultaba imposible no hacer referencia a las grandes bolas de espejo que colgaban en el medio de una sala repleta de público.
Quien tiene como referente a Viktor Frankl, el neurólogo, psiquiatra y filósofo austríaco, fundador de la logoterapia y superviviente de campos de concentración nazi, ha dictado cursos y conferencias en Uruguay, Argentina, Brasil, Chile, Paraguay, México, Perú, Chile, Guatemala, Colombia, España, Italia y Austria.
Sus conversaciones suelen ser sobre educación, psicología o liderazgo, y puede que alguien las haya presenciado más de una vez, como él mismo dijo en la introducción. “Ya lo escuché”, dirá alguien. “¿Voy a decir algo nuevo? No. Pero podrán decir: ‘Probablemente haya algo nuevo o sea nuevo para mí ahora. Te escuché tres veces, te odié. Ahora sí, me cayó la ficha’. Depende de cada uno, depende de la edad de los hijos. Depende del chip que tiene cada uno” en este momento puntual, continuó.
De Barbieri trabajó como psicólogo educacional en primaria y secundaria en varios centros educativos. Fue profesor por más de 20 años en la Universidad Católica del Uruguay. Y desde el año 2000, es codirector del Centro de Logoterapia y Análisis Existencial.
Le gusta escribir y, especialmente, le encanta hablar. “Hablar desde el corazón, como padre, hijo y esposo. Desde el corazón y no con la mente, que la mente está enferma y juzga”, dijo también. Advirtió, eso sí, que pese a la seriedad de la temática que se aprestaba a abordar, hay lugar para las risas. “El humor es amor. La intención es también educar con alegría porque nuestros hijos lo merecen”, mencionó.

Prosiguió comentando que la puesta en escena se dividía en tres espacios: “Canción, mazazo y canción”. Ese “mazazo”, a su vez, estuvo compartimentado en tres partes, en tres “meditaciones”, como él mismo afirmó. La canción que abría era la de Joan Manuel Serrat, “Esos locos bajitos”, cuya letra reafirma el contenido de De Barbieri.
La letra de la melodía dice en una parte “nada ni nadie puede impedir que sufran”. “Pausa, respiren. Todo el estrés que hacemos para evitar que sufran. Toda la charla es esto. Que las agujas avancen en el reloj. Que decidan por ellos, que crezcan, que se equivoquen y que un día nos digan adiós. Repitan. Que nos digan adiós. Respiren”.
Recordó a Viktor Frankl, el fundador de la logoterapia y al que conoció en Viena en 1996, el año anterior a la muerte del austríaco. Citó la frase que busca “impedir que otras personas se conviertan en pacientes”. “Trabajar para que haya menos pacientes, no más. Menos terapia y más padres presentes. O menos chance que precise un psicólogo. Si actuamos como padres vamos a ayudar a generar resiliencia y salud mental”, remarcó De Barbieri.
Primera meditación
El primer punto de análisis de la charla se centró en “el entusiasmo”, instancia en la que aprovechó para mechar algunos datos de suicidio en Uruguay. El psicólogo apuntó que vivimos en una sociedad en la que se busca rendir “sin rendir”, en la que vale cumplir, sin más. “Eso genera depresión y problemas de salud mental”, señaló. Por esto, resulta necesario elevar la mira en este aspecto.
“El entusiasta contagia ganas de vivir. Aunque parezca mentira los hijos quieren ser como ustedes. Disimulen. Tenemos diez intentos de suicidio por día en Uruguay. Lo primero, padres, es el entusiasmo. Seamos pesimista en privado, en la terapia. En casa disimulo. Seamos adultos”, continuó.
Propuso repetir en voz alta a los presentes, para que digan a sus hijos al volver a casa del trabajo: “No sabés lo lindo que me fue hoy en el laburo”. “Busquen algo para mentir. Necesitan unos padres con carita normal. A ese futuro van a querer ir si nos ven bien”, dijo. Eso sí: “Tu hijo es un milagro, no un problema”. “Salir del cansancio, para poder ayudarlos a crecer. Tu calma lo calmará”.
Segunda meditación
Como segundo punto, De Barbieri pidió cuidar los vínculos y salir del individualismo. “Somos un equipo, nadie encuentra el sentido de la vida solo. El tigre no se puede destigrar. Pero el ser humano se puede deshumanizar. Hay padres que le dan de comer al botija sin mirarlo. Precisamos para eso recuperar las alianzas, con el centro educativo, los padres, los suegros. Con los docentes (los hace ponerse de pie). Ponen el alma en la cancha. Nadie más importante que ellos. Aplausos para los docentes”.
Tras la ovación a las maestras y profesores allí presentes, les pidió a que “no le doren la píldora a los botijas”. “Sigan siendo exigentes en las aulas. Un poquito más. Luego vemos hasta dónde llegan por su capacidad”, remarcó.
“Y vamos a aplaudir a los padres, y a los chiquilines”, dijo como para que nadie quede afuera del afecto que se había generado en la sala. “En estos años han hecho un esfuerzo enorme. Y estamos todos contentos porque la pandemia se acabe. Otra cosa: la pandemia legitimó el papel de los docentes, dejó en claro que nada los remplaza. Cada docente es único y deja una huella en el hijo”.

Siguiendo con su estilo ameno, con rigor científico y con humor, recalcó la idea de dejar a los hijos crecer, a que puedan realizar las tareas por ellos mismos. Porque solucionarles todo puede esconder la necesidad de los padres de ganar en su propio autoestima. “Tu autoestima no se nutre que tu botija te quiera. Además, va a dejarte de querer para querer a otro u otra”.
“Educar es cansarse amorosamente. Pero no hacemos todo con la misma energía, tenemos que priorizar”, ponderó. “Paciencia, esperanza y templanza. Hay padres que se sacan de encima a los hijos”.
“La paciencia da tiempo para que aparezca el amor. El hijo es un milagro”, acotó. De Barbieri citó a Marian Rojas, una prestigiosa psiquiatra y escritora española. “Dice que la corteza prefrontal se encarga de la atención, concentración, de la capacidad de resolver problemas y del control del impulso. Es lo que nos separa de los animales. Vamos a sacarle el celular a los hijos para que puedan prestar atención, para que puedan enfocar, a autorregular el impulso. Para la regulación emocional. Para comprender y escuchar”.
A continuación, el autor de “Educar sin culpa” trajo a colación el espinoso asunto de la frustración y cómo los padres, muchas veces, intentan evitársela a toda a costa a sus hijos, sean pequeños o grandes.
“Educar es hospedar las frustraciones. El educador ejerce la autoridad, y frustra. Si no se frustra no hay crecimiento. Cuando hay vida hay cicatrices. Frustrar es saber esperar. Generar valores, y postergar la gratificación. Preparar al chiquilín para el futuro: si le damos todo entrenamos un cerebro que quedará inmaduro. Sin poder tolerar la frustración”.
Como asevera el filósofo español Carlos Díaz, a quien De Barbieri también citó: “Hay que amar más de lo que nos duele el dolor del otro”. Esto, para evitar la sobreprotección. “Antes que le duela, como quiero que no duela, y no sufra, lo sobreprotejo”. Como suele suceder. “Tenemos adultos frágiles. Si evito que sufra, evito que crezca. Sobreproteger es desproteger. Que es cuando hago algo que mi hijo puede hacer por sí mismo. Pero gracias a superar la frustración va a crecer en autoestima, en seguridad”.
De Barbieri manifestó la necesidad de evitar una sociedad y un mundo que vive en la “dictadura del placer”. “Todo lo quieren ya”, indicó. “No sé lo que quiero pero lo quiero ya. Es la abundancia material y la pobreza mental. El hijo va a sufrir lo que tenga que sufrir. Y si no sufre, no va a crecer”.
Tercera meditación
La última sección de la conferencia, la “tercera meditación”, no incluía un contenido humorístico. “No es para reír”, aclaró De Barbieri. “Es dura. ¿Se la bancan?”, preguntó al auditorio. “Si no la precisás, dejala pasar. Si lo necesitás, tu corazón lo va a resistir”.
El objetivo: convencernos que para convertirnos en adultos debemos dejar de ser hijos de nuestros padres, para liberarlos, para que descansen. Lo ejemplificó en sendas cartas-diálogos con la madre y el padre.
“Carta para mamá: -Estás ahí. -Sí. -Qué precisás. -No preciso nada, mamá. Solo te escribo para decirte que te quiero, que te perdono. Que estoy orgulloso de ti y que no tengo nada que reclamarte”.
“Mensaje para papá: -Papá. Solo te escribo para decirte que te quiero, que te perdono. Que estoy orgulloso de ti y que no tengo nada que reclamarte. -Pero yo… -No me digas nada papá. No tengo nada que reclamarte”.
“Sé que hiciste lo que pudiste, lo que tuviste a mano. Con esto le regalás (a los padres) un adulto en el cual se pueda apoyar. Dejo de ser hijo y nazco como adulto. Dejamos que nuestros padres descansen”.

De Barbieri afirmó sin rodeos que seguramente “tu madre o tu padre te fallaron, como vos le vas a fallar a tus hijos”. “Y gracias a que le vas a fallar, podrán bañarse solos, ir en bici a la escuela, visitar a la abuela, ayudar a un compañero, ser solidarios”.
“Una sociedad se caracteriza por lo que hacemos con los padres”, dijo ya en el final de la charla. “Somos y hacemos lo que hicieron con nosotros”. Y cierre. Y aplauso cerrado, de pie y sostenido.
Para terminar, la canción final: “Qué bonito” de Rosario Flores e interpretada por Adrián, un niño con problemas neurológicos, y Sonia. Una versión muy emotiva, como toda la conferencia de De Barbieri.
“Qué bonito cuando te veo, ¡ay!
Qué bonito cuando te siento
Qué bonito pensar que estás aquí
Junto a mí
Qué bonito cuando me hablas, ¡ay!
Qué bonito cuando te callas
Qué bonito sentir que estás aquí
Junto a mí, ¡ay!
Qué bonito sería poder volar
Y a tu lado ponerme yo a cantar
Como siempre lo hacíamos los dos
Que mi cuerpo no para de notar
Que tu alma conmigo siempre está
Y que nunca de mí se apartará
¡Ay!”.
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